En memoria del teniente Muñoz Castellanos, primer casco azul muerto en operación de paz
El 13 de mayo de 1993, tal día como hoy, fallecía el primer casco azul en una operación de paz. El teniente Arturo Muñoz Castellanos, destinado en Ceuta, fue alcanzado por metralla de mortero en Mostar cuando transportaba sangre al hospital musulmán de la ciudad.
El plasma sanguíneo había llegado dos días antes al helipuerto de Metkovic, una pequeña localidad costera, justo en la frontera entre Croacia y Bosnia-Herzegovina en la desembocadura del río Neretva, donde éste pierde su color esmeralda dejándose arrastrar sin remedio posible hacia el mar Adriático.
La sangre que hace latir corazones y es la luz y el prodigio del existir llegó desde el aire. No había pocos heridos y agonizantes que, agarrados a esa única esperanza, soñaban con que llegara el plasma sanguíneo y los medicamentos, que tanta falta les hacían a los dos hospitales de una Mostar en guerra, situados uno a cada lado de la línea de confrontación: el hospital bosnio-musulmán y el hospital bosnio-croata; y eso que nadie ignora que la sangre no pide documentación ni papeles para entregar la vida, ni distingue razas ni religiones, ni hace preguntas cuya respuesta sea el odio.
El día 10 de mayo de 1993, Arturo recibió la orden de ir a recoger la sangre, su sangre, a Metkovic. La recogieron sin novedad y, por carretera, la llevaron a la base de Medjugorje, donde les esperaban los contenedores para guardarla. No sabía que el día 11 de mayo, venía marcado en su calendario con la traza que impone el destino a los valientes. Así que se fue a descansar sin saber las heridas, que valen un mundo, que caerían sobre su piel al día siguiente.
Ya sabe que a la ruta del Neretva la llaman “la ruta de la muerte”, porque en Mostar se acaba de abrir un frente en el que las partes se emplean con ferocidad y dureza; mientras miles de civiles no combatientes se encuentran atrapados, prisioneros entre cristales rotos, muros derruidos y un continuo fuego de fusilería y morteros que traen heridas sin forma en los corazones, haciendo preguntas cuya única respuesta es el odio.
Y llega el día 11 de mayo, que el teniente Arturo Muñoz Castellanos anota con lápiz terrible en su cuaderno: La sección sale a las 11:35 de la base de Medjugorje, dirección a Mostar, primero pasará por el hospital bosnio-croata a dejar plasma sanguíneo y medicamentos y luego hará lo mismo con el hospital bosnio-musulmán.
Que la sangre no entiende de documentos ni papeles para entregar la vida, ni distingue razas ni religiones, ni hace preguntas cuya respuesta sea el odio. Que esa es la Legión.
Sabe, porque lo vivió, que el día 9 de mayo la carretera de Dracevo a Jablanica estaba cerrada a la altura de Mostar debido a los violentos combates; es por eso por lo que aquella mañana es agregado con su unidad a la Compañía “Austria” para intentar abrir de nuevo el itinerario hasta Jablanica. Así que no le va a sorprender cuanto va a encontrarse allí.
Los vehículos entran en el bulevar y lo cruzan, sabiendo que dentro de Mostar hay poca sangre y mucho fuego; y los legionarios se dirigen a Mostar y a sus hospitales a dar mucha sangre y a interponerse entre los contendientes para que haya poco fuego.
Entran por el barrio de Donja Mahala, y suben por Gojka Vukovica. El río Neretva, con su eterno color esmeralda, esperaba paciente, como siempre hizo a lo largo de los siglos. El convoy que manda Arturo consigue alcanzar el hospital bosnio-croata y descargar la mitad del plasma sanguíneo y los medicamentos en su primer destino y recoger a un civil herido, todo ello con intensísimo fuego de morteros y fusilería.
El aire se llena de polvo y arena mientras enfocan el camino al hospital bosnio-musulmán para descargar la sangre y los medicamentos que les corresponden, mientras desde posiciones bosnio-croatas del HVO caen, sin número, granadas de mortero, y el aire se llena de metralla.
Mientras descargan el material en el hospital bosnio-musulmán ve a un civil herido, y decide llevárselo. Como con el vehículo no puede acceder debido a las barricadas y la destrucción tiene que hacerlo a pie. Y lo hace. Deja los vehículos a cubierto y se va a por él. El fuego continúa siendo muy intenso. Cuando regresa a los vehículos, una de las muchas granadas de mortero que les cayeron durante el trayecto lo alcanza, dejándolo malherido, con los brazos como dos alas, junto al hospital donde había dejado la sangre que llevaba para dar vida y entregando también la suya y los veintiocho años que tiene. Su mujer, en Ceuta, todavía no sabe que Arturo está herido, y en ese momento mira el anillo que le regaló poco antes de partir a Bosnia. Tardará muchos años en volver a ponérselo.
Partió con vida para España y cuando lo llevaron al hospital Gómez Ulla empezó a repartir un corazón, dos pulmones, dos riñones, un hígado, a todo aquel que pudiera hacerle falta. Como era de prever su corazón sigue vivo, y debe de ser fácil distinguirlo a la primera cuando ande por la calle en otro cuerpo, porque debe diferenciarse a la primera cuando alguien lleva dentro un corazón valiente.
Nota: Las fotografías de esta entrada corresponden al carrete que llevaba ese fatal día el teniente Muñoz Castellanos en su cámara fotográfica y que han sido cedidas por su viuda.